Florero con cuadriga vista de perfil
1643. Óleo sobre lienzo, 115 x 86 cm. No expuestoEl presente lienzo, de características propias bien definidas es pareja de otro, que también pertenece al Museo del Prado (P7912) y cuyas circunstancias paralelas comunes ayudan a valorar aún más los aciertos de Hiepes, cuando se consagra a reflejar las infinitas posibilidades estéticas que ofrece la representación de los temas que se inscriben en el ámbito de la naturaleza inanimada. Aquél está firmado y fechado en 1643, lo que permite aplicar, al que aquí se estudia, similar datación.
Tal y como cabe apreciar, revisando la evolución del género, la pintura de flores se convirtió muy pronto en un capítulo aparte dentro de la naturaleza muerta, a la que añadió un auténtico apartado que es posible rastrear hasta el momento actual, puesto que su carácter ornamental y su belleza intrínseca se han impuesto sobre muchas otras facetas del género. Precisamente Hiepes fue quien, entre los autores españoles que con el tiempo se fueron especializando en este campo, se dedicó a él con mayor asiduidad, dando lugar a un tipo de obras inconfundibles, plenas de personalidad propia que no tienen nada que ver con las de otros artistas de la época.
Son piezas que responden a criterios de monumentalidad y simetría en sus composiciones, pero conservando el espíritu individual de cada una de las especies florales reunidas, con el deseo de que luzcan con un fuerte particularismo. A modo de curiosa demostración cabe señalar que en este cuadro se ha identificado veintiséis tipologías diferentes, lo que convierte tanto a ésta como a otras muchas pinturas salidas de sus manos, en auténticos repertorios de especies vegetales, con lo que cumplen con la doble función de decorar e ilustrar. También es muy frecuente en las obras de Hiepes que aparezca un dinámico juego de contrastes, como el que observa aquí; a un grupo floral diversificado, de variado cromatismo y espléndida iluminación, se opone un fondo neutro oscuro y una base sencilla, un simple tablero o plano de mesa corriente, poco menos que carente de detalles; sin embargo, no se detiene en ello su gama de contrastes, sino que todo lo enunciado compite con el jarrón de cerámica con apliques de bronce; tanto éstos como la escena en la que triunfa una cuadriga en la superficie curvilínea, evocan deliberadamente el mundo clásico, consiguiendo un efectismo singularmente refinado (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 78).