Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga
1888. Óleo sobre lienzo, 392,5 x 602,5 cm. No expuestoObra maestra de toda la producción de Gisbert, este impresionante cuadro es también una de las indiscutibles y más bellas cumbres alcanzadas por el género histórico en España durante el antepasado siglo. Constituye además uno de los grandes manifiestos políticos de toda la historia de la pintura española en defensa de la libertad del hombre aplastada por el autoritarismo, siendo uno de los contados casos en que su claro mensaje propagandístico fue inspirado directamente por la oficialidad gubernamental. En efecto, el cuadro no ingresó en el Prado tras su paso por las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, como era habitual, sino que fue encargado directamente para el museo durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena por el gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) al alicantino Antonio Antonio Gisbert, ya entonces consagrado como artista abanderado de este partido desde que pintara muchos años antes su cuadro de Los Comuneros, en pugna -más ideológica y estética que real- con Casado del Alisal, maestro representante de la oficialidad conservadora, publicándose la noticia del encargo en los diarios madrileños incluso algunos días antes de su designación oficial.
Así, en un gesto excepcional en la política artística y museística de su tiempo, Gisbert fue designado a través de un Real Decreto de 21 de enero de 1886 por el entonces ministro de Fomento, Eugenio Montero Ríos, para pintar un gran cuadro histórico que fuera ejemplo de la defensa de las libertades para las generaciones futuras, inmortalizado en el fusilamiento del general Torrijos y sus más allegados e incondicionales seguidores, que fueron protagonistas destacados del régimen constitucional durante el Trienio Liberal, al que pondría fin Fernando VII en 1823. Este monarca reinstauraría entonces el férreo absolutismo que caracterizó su reinado, ordenando la persecución, encarcelamiento y ejecución de los cabecillas y colaboracionistas del anterior gobierno.
El militar José María Torrijos (1791-1831), que durante el Trienio Constitucional había sido capitán general de Valencia, mariscal de campo, e incluso llegaría a ser nombrado ministro de la Guerra, hizo varios intentos desde su exilio en Inglaterra de sublevarse contra Fernando VII tras su vuelta al trono. Fue víctima de una emboscada preparada por el gobernador Vicente González Moreno, quien le había asegurado el triunfo de la rebelión si embarcaba desde Gibraltar hacia Málaga acompañado de unos sesenta hombres de su máxima confianza, a los que se sumarían las tropas de la ciudad. En su trayecto, su embarcación fue abordada por el Neptuno, viéndose obligados los rebeldes a desembarcar en Fuengirola en la madrugada del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 1831. Fueron apresados y fusilados en las playas malagueñas el día 11 de diciembre por el delito de alta traición y conspiración contra los sagrados derechos de la soberanía de S.M., tras unos días de infructuosa resistencia, y sin celebrarse previamente juicio alguno.
Pintado por Gisbert en su estudio de la calle de la Bruyère de París a los cincuenta y tres años, ya en plena madurez de su carrera, el artista volcó en este encargo -sin duda el más importante de su vida- lo mejor de su arte, de un purismo académico extremo y una asombrosa precisión dibujística, desplegando en tan enorme superficie de lienzo una composición de una grandeza poderosa y sobrecogedora, precisamente por su extraordinaria y severa simplicidad.
La escena representada transcurre en la playa de San Andrés de Málaga, que se identifica por las vistas de la iglesia de la Virgen del Carmen, que aparece al fondo. El primer golpe de impacto de la composición reside en la elección del instante representado por el pintor, de tremenda tensión emocional, al reflejar el momento inmediatamente anterior al fusilamiento, en el que quedan de manifiesto los diferentes sentimientos de los que van a morir reflejados en cada uno de sus rostros, mezcla de preocupación, desaliento y rabia en unos, de orgullosa resignación o emocionado abrazo en otros, y de desafiante descaro o desesperada plegaria en los guerrilleros del fondo, expresándose así las diversas reacciones del alma humana ante la conciencia de su inminente fin, estremecedoramente palpable en la visión de los compañeros ya ejecutados.
El personaje principal, José María Torrijos, se ubica casi en el centro de la composición aferrándose a las manos de dos de sus seguidores. A su izquierda se encuentra Francisco Fernández Golfín (1771-1831, personaje al que dos frailes están colocando un vendaje en los ojos; y a su derecha, Manuel Flores Calderón (1775-1831). A su vez, a la derecha de éste, se encuentran Juan López-Pinto y Berizo (1788-1831), Robert Boyd (1805-1831) y Francisco de Borja Pardio.
Por útlimo, el artista provoca con extraordinaria eficacia la reacción emocional del espectador al situar en primerísimo plano los cuerpos sin vida de los liberales fusilados, recurso de inevitable recuerdo goyesco, mostrando una inusitada modernidad en la elección de un encuadre que deja fuera de campo algunos de los cadáveres. De uno de ellos asoma tan sólo una de sus manos y su chistera de piel; rasgo de gran elegancia estética e intensidad dramática. (Texto extractado de: Díez, J. L., El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 266-272 y Pintura del Siglo XIX en el Museo del Prado: Catálogo General, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2015, p. 231).