Los hijos del pintor en el salón japonés
1874. Óleo sobre lienzo, 44 x 93 cmSala 063B
Durante su estancia en Portici, Fortuny quiso representar en una pintura a sus hijos, María Luisa (1868-1936) y Mariano (1871-1949). El 21 de agosto había comenzado el cuadro. El artista los dibujó en proporción mediante algún mecanismo óptico, realizando un buen número de estudios preparatorios, de manera que el de mayor tamaño correspondía a este cuadro, en estado ya avanzado. Además, trazó el ajedrezado que pensaba pintar en el suelo, cuya retícula aparece perfectamente visible sobre la preparación gris clara de la tela.
Fortuny pintó a los niños en un diván muy alargado, recubierto de tejidos, al modo japonés. Captó la intimidad de sus hijos de modo sutil; abandonada la muñeca en el suelo, la niña prefiere descansar, en tanto que su hermano, cuyas piernas están cubiertas por una tela china de seda azul con bordados de oro aparece concentrado sobre ella. La obra fascinó desde el momento mismo de su ejecución y Walther Fol se refirió a ella como un ejemplo de la síntesis que Fortuny perseguía entre el arte japonés y el dibujo y modelado occidentales. Akiko Mabuchi señaló la influencia de aquel arte en el formato, equivalente al de un biombo de seis hojas, y pensaba que el muro coloreado del fondo es una fantasía del artista y no un tejido ni un papel importados de Japón. Por la irregularidad de las texturas, puede dar la impresión de que se trata de una pared pintada, pero hay que tener en cuenta que la pintura estaba inacabada, y la descripción realizada en el catálogo de la venta de París en 1875 al respecto es inequívoca: "El fondo del salón está tapizado de una tela de seda azul cielo, sobre la cual están bordadas mariposas y ramas de arbustos", si bien, en realidad, estas corresponden a un pino y un ciruelo.
El colorido brillante del cojín de satén rojo anaranjado sobre el fondo azul, en el que también resaltan los oros de las mariposas, confiere una singularidad muy especial a la obra, profundamente original en su concepción cromática. Al tiempo, los tonos mates de la preparación del lienzo en el suelo, de la base verde del diván y de la franja vertical izquierda del fondo equilibran la escena. Otro contraste es el que existe entre las manchas fluidas presentes en buena parte de la obra, que alcanzan gran belleza en el abanico de la niña, y los colores aplicados con más materia y alisados con la espátula de la pared del fondo y en la tela que cubre las piernas del niño. La gran variedad de pinceladas, que sugiere las diferentes calidades de las telas, muestra además la libertad de ejecución de Fortuny. Particular interés, por su modernidad en cierto modo precursora de otros movimientos, presentan los toques moteados en distintos colores de los tejidos que cubren el canapé (Texto extractado de Barón, J. en: Fortuny (1838-1874), Museo Nacional del Prado, 2017, pp. 317-320).