Marroquíes
1872 - 1874. Óleo sobre tabla, 13 x 19 cmSala 063B
El título Souvenir du Maroc con el que esta obra figuró en la Exposición Universal de París de 1878 evidencia su origen: el viaje que Fortuny hizo a Marruecos en octubre de 1871 con los pintores Bernardo Ferrándiz y José Tapiró. Esa estancia, aunque corta, fue muy sugestiva para el artista.
En Marruecos hizo algunos dibujos que, junto con el vívido recuerdo de la escena, le sirvieron para la realización de la tabla. En uno de ellos se percibe que la composición era en origen algo distinta, pues en lugar del grupo de la mujer con su hijo aparece un árabe sentado, limpiando su espingarda. Esa figura, que no se incluyó en la tabla, se ve con mayor claridad en otro dibujo, en el que aparece junto a un perro, este en una postura diferente a la que presenta en el cuadro. En cada dibujo se incluyen, además, dos apuntes para el grupo de la madre con su hijo. Este debió despertar el interés del artista, que se decidió a introducirlo en el centro de la escena junto a un caldero metálico como los que pueden verse colocados sobre un bargueño en una fotografía de su estudio romano. Este objeto sugiere que el grupo ha hecho un alto para comer.
En la composición definitiva del Prado, muy sencilla, las diferentes figuras se recortan sobre un muro encalado, recurso habitual en Fortuny, que encuentra aquí su representación de mayor calidad. Capta con intensidad un momento de quietud. De entre las figuras, resalta sobre todo la del jinete, debido al colorido de sus ropas y de los jaeces de su caballo. Un dibujo realizado también durante su estancia en Marruecos muestra un caballo en la misma disposición, que sirvió para el grabado titulado Caballo árabe. Aquí aparece a pleno sol, en total inmovilidad, al igual que el perro, que mira a su dueño como a la espera de una orden. Hay una calma expectante y un aire de tensión, sugerido por las armas que portan los hombres.
La pintura, de empaste consistente y apretado, revela ricas calidades en todas las superficies. El artista, amante y coleccionista de armas, que incluso llegó a cincelar él mismo en esta época, representó aquí con maestría la espingarda, el pomo de la espada y el tahalí del alfanje. Las telas están tratadas con mucha habilidad y sin preocupación por la minucia a través de ricos empastes. Destaca la destreza del pintor en la captación de los efectos de la luz sobre la tapia a pleno sol, motivo que le interesó mucho desde su época romana y, especialmente, en las obras pintadas en su casa de Granada en el verano de 1872. En la parte superior del muro el artista utilizó recursos muy variados, como el empleo de la contera del pincel, las pinceladas restregadas con el color más seco y otras más fluidas para la sombra del arma, por lo que consiguió una extraordinaria calidad en las texturas además de una gran riqueza cromática. Llegó a colorear las sombras, como se percibe en la del caballo y la de la espingarda, esta de bordes azulados cuyo trazo, ligeramente ondulado, evidencia las irregularidades del muro (Texto extractado de Barón, J. en: Fortuny (1838-1874), Museo Nacional del Prado, 2017, pp. 303-305).