San Jerónimo penitente
Segundo cuarto del siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 128 x 110 cm. No expuestoEs bien poco lo que se conoce con seguridad sobre el pintor Diego Polo, con lo que la datación de sus escasas obras conservadas, ninguna de ellas firmada, está todavía por hacer en gran parte. Debió nacer hacia 1610, mientras su temprana muerte se fecha hacia 1655. Parece que realizó su educación artística con el pintor Lanchares, fallecido en 1630. Después pasó a El Escorial donde no dejó de estudiar los lienzos venecianos allí depositados, adquiriendo una técnica tan cercana a la del viejo Tiziano que alguna de sus obras ha sido tenida por mano del maestro de Cadore. También recibió encargos para el Alcázar Real, realizando un par de lienzos para el Salón Dorado que no se han conservado.
Las representaciones de San Jerónimo fueron numerosas durante los Siglos Modernos, del propio Polo conservamos otras dos. Doctor de la Iglesia cuyas obras sirvieron de puente entre el antiguo mundo clásico y el nuevo cristianismo, su larga vida la dedicó intensamente al estudio y al trabajo intelectual, primero en Roma y más tarde en Oriente. Tras resolver retirarse unos cuatro años al desierto de Cálcida, se afincó definitivamente en Belén, donde con su erudito dominio de latín, griego y hebreo compuso la conocida como Vulgata, o traducción de los Libros Santos al latín que, desde el Concilio de Trento, se convirtió en el único texto que tiene autoridad para la Iglesia entre las versiones latinas. Polo representa al santo en sus años de penitencia en el desierto, cuando decidió alejarse del mundo en un acto de contrición y enmienda. El propio Jerónimo comenta así su vida de aquellos años: "Mis miembros se deformaron por su rozamiento con la aspereza del cilicio; mi piel, seca y renegrida como la de los etíopes, sin carne que cubrir, se adhirió a mi esqueleto, mis lágrimas y gemidos eran constantes; procuraba espantar el sueño, pero cuando, a pesar de la resistencia que le oponía, me vencía y no me quedaba más remedio que rendirme, me tendía en la desnuda tierra y, al recostarme sobre el duro suelo, crujían todos mis huesos". El pintor le representa así semidesnudo en un paraje abrupto, en un estado de meditación y melancolía que traslada al espectador su desentendimiento hacia las cosas materiales (la calavera) y su concentración en las espirituales (la sencilla cruz de madera). El colorido y la técnica libre denotan la influencia veneciana, sobre todo en el paisaje y en el chisporroteo de las barbas, realizadas completamente a borrones, en contraposición a la pesadez de los tejidos que apenas le cubren. Sin embargo, la monumentalidad tan conseguida de la anatomía del santo ha hecho pensar en una posible influencia de Ribera. La pintura perteneció a la colección del Infante don Sebastián de Borbón, y fue adquirida por el Prado en 1982.
Esplendores de Espanha de el Greco a Velazquez, Río De Janeiro, Arte Viva, 2000, p.191