Ultrajes al Crucifijo, o Cristo de las Injurias
Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 210 x 231 cmDepósito en otra institución
Es este un ejemplo muy significativo de la habilidad de Camilo en la representación de asuntos narrativos no demasiado usuales. Lo representado es uno de los episodios de la historia de la profanación y los ultrajes inferidos a un crucifijo por una familia de hebreos de origen portugués, en Madrid, en 1630. El episodio, explotado por la facción política, enemiga del Conde Duque, al que se acusaba de tolerancia con los judíos, conmovió a Madrid y dio lugar a la fundación del Convento Capuchino de la Paciencia de Cristo, cuya iglesia se concluyó en 1651, y para cuyo altar mayor pintó Rizi El Expolio de Cristo (Cristo de la Paciencia) (P2925).
Para el propio convento se pintó, por diversos artistas madrileños del momento, una serie de cuatro lienzos que relataban la historia de la profanación. Según las noticias dispersas de Palomino y la descripción de Ponz, intervinieron en la capilla Francisco Fernández, Andrés de Vargas y Félix Castello, éste con dos lienzos. De los dos primeros se conservaban sendas pinturas del asunto en el Museo de la Trinidad, que no recoge, ninguna de este carácter a nombre de Castello. Dos de la serie, sin embargo están firmadas por Camilo y parece obvio que Palomino sufrió confusión al respecto diciendo Castelo por Camilo.
Este lienzo de Camilo, muestra el momento en que el Crucifijo es descolgado de la chimenea donde lo tenían escondido para azotarlo. El libro de Fray Matheo Anguiano, La nueva Jerusalen en que la perfidia hebraica reiteró con nuevos ultrajes la Passion de Christo, Salvador del Mundo, en su sacrosanta imagen del Crucifixo de la Paciencia (Madrid, 1709), recoge el texto de las cartelas que los cuatro lienzos llevaban. La de éste decía así: Tenían al Santo Crucifijo colgado, cabeza abajo en el cañón de la chimenea de donde le sacaban para azotarle con diferentes cordeles y ramales.
Los diversos personajes preparan azotes y flagelos y todo el lienzo muestra un aire singular, de movimiento y acción, en un espacio cotidiano y con traje contemporáneo, de evidente singularidad. Angulo (1959) observó que Camilo se nos muestra en este lienzo menos ajeno al arte velazqueño de lo que es frecuente en los pintores madrileños contemporáneos subrayando sin duda la evidente sugerencia espacial y atmosférica que el lienzo muestra.
Al darlo a conocer en 1900, Víctor Balaguer interpretó erróneamente la escena, creyendo que el lienzo mostraba a los inquisidores sorprendiendo a los judíos en el acto de la profanación y suponiendo que el caballero arrodillado, trataba de salvar del fuego al Crucificado y que el del primer término -que prepara los flagelos- se esforzaba por arrancar las ramas a la mujer arrodillada.
Carreño, Rizi, Herrera y la pintura madrileña de su tiempo, Madrid, Ministerio de Cultura: Banco Herrero, 1986, p.292-293