Anacoreta
1869. Aguafuerte, Aguatinta, Bruñidor sobre papel, 377 x 500 mmNo expuesto
Este Anacoreta, que junto a La serenata es el grabado de mayor tamaño de todos cuantos Fortuny abrió, fue trabajado con las técnicas del aguafuerte y aguatinta, verificando el proceso a lo largo de siete estados en los que se superponen las mordidas del aguafuerte y el aguatinta, así como los rascados y bruñidos que modifican progresivamente la composición. Las pruebas del segundo estado, cuarto estado y estado definitivo respectivamente, sumadas a la plancha, muestran el modus operandi de Fortuny, su insistencia y su dominio técnico.
A través del hijo del artista, Mariano Fortuny y Madrazo, sabemos que las láminas fueron aceradas al proceder a la tirada de 1878, operación que -al igual que el niquelado- refuerza la dureza del cobre y permite tirajes más largos. En 1925, él mismo las desaceró y suprimió números, títulos, el excudit del primer editor y el nombre del impresor. Después, en la Calcografía Nacional se niquelaron antes de proceder al último tiraje, realizado a partir de 1973. Así, en la lámina o plancha grabada del Anacoreta se ve cómo la superficie brillante del níquel, de tono gris azulado, oculta el cobre que, no obstante, aflora en las esquinas más desgastadas por la estampación. Ahora sabemos que es un cobre inglés y de muy buena calidad. Hemos constatado la marca del fabricante, así como su nombre y dirección, grabados en la trasera de la lámina: "WILLM PONTIFEX SON & Co / N.o 46 / [S]HOE. LANE.LONDON" (William Pontifex hijos y compañía), sita en el número 46 de Shoe Lane de Londres, activa desde 1789 hasta 2010, fue una de las fábricas con mayor raigambre en la industria de este metal, que sirvió a grandes artistas, como Francisco de Goya y William Blake.
El ermitaño de Fortuny no se acompaña de ninguno de los atributos habituales de san Jerónimo, ni figuran en la obra otros emblemas alusivos a los numerosos santos del desierto. Aunque Fortuny pensara en un san Jerónimo, la estampa representa a un anacoreta anónimo al que el artista resta relevancia al ponerlo de espaldas. La carga significativa recae en el paisaje, una Tebaida de inhóspita naturaleza invernal, con un cielo perturbador que anuncia una inminente tormenta. El paisaje impera de tal forma que la estampa apenas se alteraría si se eliminara la figura. Y ciertamente, al igual que tantas obras del siglo XVII en las que el santo no es más que un pretexto para presentar un fragmento de naturaleza, bien se podría clasificar como un paisaje animado (Texto extractado de Vives, R. en: Fortuny (1838-1874), Museo Nacional del Prado, 2017, pp. 352-356).