Bautizo del eunuco de la reina Candace
1639 - 1641. Óleo sobre lienzo, 212 x 155 cmSala 076
Ingresó en el Museo como obra de Claudio de Lorena, pero en 1843 fue recogido en el catálogo como original de Jan Both, atribución que han mantenido los catálogos posteriores y es aceptada sin discusión por los especialistas.
El asunto, tomado de los Hechos de los Apóstoles (VIII: 26-38), narra la conversión y bautizo por el Apóstol San Felipe del eunuco de la reina etíope Candace durante el regreso de su peregrinación a Jerusalén. El esquema compositivo es complejo. El grupo de las figuras parece inspirado en un grabado de Johannes Gillisz. van Vliet (1600/1610-1668) sobre un original de Rembrandt, hoy perdido. El espacio está articulado por medio de planos horizontales, cortados por dos diagonales de luz desde el fondo hacia la izquierda: una entre el macizo que cierra la composición por ese lado y la pequeña loma sobre la que se recorta a contraluz el cortejo del eunuco; otra, apenas un rayo, entra por detrás de los árboles de la derecha e ilumina tenuemente la escena del bautismo. El esquema compositivo general y el tratamiento lumínico se repiten, más evolucionados, en diversos paisajes posteriores de Both como Paisaje meridional con caminantes, procedente de la antigua colección Gagarine (San Petersburgo).
El detallado tratamiento pictórico de las hojas y de los diversos elementos a base de pinceladas sueltas y con poca materia es característico de Jan Both. Las figuras son muy expresivas y están muy bien construidas. En la imagen radiográfica se constata que están añadidas una vez terminado el paisaje. Su autoría ha sido muy discutida. Waddingham (1964) y Burke (1976) las suponen de Andries Both. Barghahn (1986) mantiene la atribución a Jan Miel recogida en los catálogos del Museo desde 1843. Sin embargo, la imagen radiográfica no revela un tratamiento pictórico diferente al empleado en los otros elementos de este cuadro.
La formidable campaña de adquisiciones de obras de arte organizada por el conde-duque de Olivares en los años cuarenta del siglo XVII para decorar los amplios espacios del palacio del Buen Retiro de Madrid incluía un número muy notable de paisajes. No podemos precisar cuántos de ellos, poco menos de doscientos, fueron comprados en Flandes o en España, ni cuáles procedían de colecciones particulares o de otros Reales Sitios, pero podemos establecer con certeza, gracias a las obras que se conservan en el Museo del Prado y a los documentos localizados hasta la fecha, que el palacio del Buen Retiro se enriqueció con numerosos paisajes pintados para la ocasión por artistas activos en Roma.
Se encargó como mínimo, una serie de veinticuatro paisajes con anacoretas y una decena de paisajes italianizantes, obras de gran formato realizadas por diferentes artistas. Sólo una parte de estas pinturas han llegado hasta nosotros y en la actualidad se conservan principalmente en el Museo del Prado. Encargadas entre 1633 y 1641 en Roma, estas pinturas de paisaje componían, una vez expuestas en el Buen Retiro, una temprana antología de ese nuevo pintar del natural que, en años venideros, exportaría a gran parte de Europa una nueva sensibilidad hacia los efectos lumínicos y la atmósfera de la campiña romana, lo que representaba uno de los muchos aspectos de la clasicidad (Texto extractado de Posada Kubissa, T.: Pintura holandesa en el Museo Nacional del Prado. Catálogo razonado, 2009, pp. 230-232; Capitelli, G. en Úbeda de los Cobos, A.: El Palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo Nacional del Prado, 2005, p. 241).