Bodegón con alcachofas, flores y recipientes de vidrio
1627. Óleo sobre lienzo, 81 x 110 cm. Sala 008AEste magnífico cuadro perteneció a Diego Mexía Felípez de Guzmán, marqués de Leganés, en cuya colección fue inventariado en 1655. La colección se componía de cerca de 1.300 obras, algunas realizadas por los más importantes pintores europeos de la época, entre las que había numerosos bodegones y escenas de género de autores flamencos. Van der Hamen estaba representado por nueve bodegones, adquiridos probablemente tras la muerte del artista, y cuya gran calidad da fe de la clarividencia del buen gusto de su distinguido propietario.
El motivo principal de este cuadro, un gran jarrón de cristal con flores, está acompañado de un jarrón más pequeño, igualmente de cristal, con rosas de color rosa, situado en un plano superior. El jarrón más grande se impone sobre dos cabezas de alcachofa y sus hojas, ofreciendo un intencionado contraste entre estas dos caras de la Naturaleza; la belleza de las flores queda realzada por la presencia de las verduras más vulgares que aparecen debajo de éstas, y los sentidos de la vista y el olfato se oponen al sentido del gusto. Sin embargo, Van der Hamen ha tratado todos los motivos con el mismo cuidado, dibujando y modelando las hojas de las alcachofas con el mismo detalle que los propios capullos. Las flores están ejecutadas con la delicadeza habitual del artista; cada una de ellas ha sido pintada esmeradamente y para el modelado de los pétalos de rosa ha utilizado finas veladuras de laca roja sobre fondo blanco.
Una de las características de los bodegones de Van der Hamen, por la que más se le conocía, radica en su representación de piezas de cristal lujosas y caras, como las que aparecen en esta obra. Estos motivos, junto con el cuenco de cerámica de importación, confieren a la obra un toque de elegante refinamiento, muy a tono con el gusto de sus clientes, cultivados y pertenecientes a un distinguido nivel social. El artista ha captado con precisión los tallos y las hojas de las flores a través del cristal del jarrón, así como los reflejos de la ventana del estudio en la superficie y la luz que se filtra por el agua. La jarra de cristal verde, con su pie, constituye en sí misma un bello objeto de lujo, pero por su situación en primer término, justo encima de la firma del artista, representa también un reto del pintor a su capacidad para plasmar este material transparente y reflector. En este bodegón, Van der Hamen parece haberse tomado más interés del habitual en la proyección de sombras, que adquieren aquí una fascinante presencia abstracta.
La irresistible belleza de esta obra radica, en parte, en la parquedad de la composición, con relativamente pocos elementos, lo que la hace tan diferente de los bodegones que se pintaban en Italia y en los Países Bajos en la misma época. La impresión de que los objetos han sido copiados directamente del natural es tan fuerte que el espectador olvida lo poco probable que resulta que el artista los tuviera a todos delante mientras pintaba. Siguiendo el modelo de composición que Van der Hamen desarrolló en sus últimas obras, los elementos del bodegón están situados en los diferentes niveles de una repisa de piedra escalonada a la que se anexa otro anaquel más bajo en primer término. Estas repisas proporcionaban al artista un campo más amplio para sus curiosas composiciones que el marco de ventana que nuestro artista había heredado de los bodegones de Juan Sánchez Cotán (1560-1627), y le permitían inventar complejas vinculaciones asimétricas entre los elementos situados a diferentes alturas y planos en el cuadro. En esta obra se armonizan, con gran sutileza, las formas y los espacios vacíos. No es probable, sin embargo, que las repisas de piedra existieran en realidad y se diría, más bien, que Van der Hamen pintó los elementos por separado sobre superficies distintas a las que aparecen en el cuadro. Esto queda patente, por ejemplo, en la marcada inconsistencia del trazado de la superficie más elevada, en cuyo borde las lineas, interrumpidas por el plato de cerezas, no concuerdan. El artista no ha descrito tampoco el material ni los detalles de dichas superficies, que están pintadas con una fina capa de un tono gris neutro y sólo presentan un desperfecto simbólico en el canto de uno de los planos verticales; se convierten así en un mero escenario en el que Van der Hamen lleva a cabo su representación artística con los elementos del bodegón, que constituyen la auténtica esencia de su extraordinario naturalismo (Texto extractado de Cherry, P.: Flores españolas del Siglo de Oro. La pintura de flores en la España del siglo XVII, Museo Nacional del Prado, 2002, pp. 111-112).