La Torre de las Damas en la Alhambra de Granada
1871. Óleo sobre lienzo, 63,5 x 40 cm. Sala 037Obra que representa una etapa de gran importancia en la trayectoria de Rico que, en contacto directo con Fortuny, pintó en Granada en 1871 y 1872. A finales de 1870 el pintor se trasladó a la ciudad andaluza, que ya conocía, pues en 1857 había pintado en Sierra Nevada. Le había invitado su amigo, que le escribió para que se reuniese con él y con su cuñado Ricardo de Madrazo, el 18 de noviembre de ese año. Los tres artistas trabajaron, según recordaba Rico, cada uno por separado, pintando del natural. Hospedados en cuartos anejos en la Fonda de los Siete Suelos, situada en las alamedas de la Alhambra, pintaron a menudo allí.
Así, distintos aspectos de Granada se convirtieron de modo natural en objeto de óleos y acuarelas, en los que desarrolló un nuevo sentido de la luz, muy afín al de Fortuny. Como pintor específicamente paisajista, conocía el lugar muy bien y había sopesado con cuidado los posibles asuntos, según revela el hecho de que, cuando su amigo el pintor alsaciano Jules Worms llegó allí para una estancia de seis semanas, le hizo inmediatamente una lista de lugares que debía visitar para pintar. Entre ellos le interesó la Alhambra, pero vista desde el exterior, pues ello le permitía captar el armónico conjunto de la arquitectura integrada en la vegetación. En este caso eligió un motivo cuyo núcleo es el antiguo edificio de la Torre de las Damas, junto al Partal (pórtico), de principios del siglo XIV, en la muralla del recinto de la Alhambra. En el primer tercio del siglo XIX pasó, por poco dinero, de pertenecer al Real Patrimonio, a un propietario particular que la adaptó para vivienda.
En su preparación de la obra, el pintor tomó diferentes apuntes del natural a lápiz de las líneas maestras de los edificios, que revelan su agilidad característica. En el cuadro final el artista desplazó el punto de vista más al norte, lo que le permitió representar las fachadas a ese lado de las casas junto a la torre. Al bajar también el punto de vista, la arquitectura aparece rodeada por la vegetación del bosque de la Alhambra, que trepa asimismo por las murallas. Los dos altos álamos verdecidos, cuyos troncos corta el borde superior del lienzo, lo que aumenta la sensación de esbeltez, aparecen como un pórtico o preludio de gran elegancia de las arquitecturas, que tienen un eco en las del Generalife, al fondo. La composición aparece animada de modo sutil por pequeñas figuras de niños y animales. Los tres niños en torno a una gran jaula, y el gato, tienen relación con los que aparecen en diferentes estudios que Rico realizó en esa época, que atestiguan el interés que sintió por el motivo. En algunas otras obras pintadas en Granada el artista representó también niños jugando con fondo de arquitecturas, y esa escala de representación de los niños con el resto de la composición aparece asimismo en algunos cuadros de Fortuny.
La finura con que el pintor muestra las diferentes calidades de la pared y su distinta textura y relieve, revela un espíritu próximo al de Fortuny en la búsqueda de las calidades materiales. La serenidad de la composición, la tersura de la atmósfera y la frescura del colorido son, sin embargo, características propias de los paisajes de esta época del artista, que la crítica destacó en la Exposición Universal de 1878 como los mejores y que le valieron a su autor una medalla de tercera clase. En paisajes como éste se transparenta una calma en la atmósfera que no existe en los cuadros de Fortuny. Su equilibrio en la composición y su finura en el tratamiento de la luz, como suspensa, da a este paisaje, trabajado del natural y a una hora precisa, un cierto sentido de apacible perennidad (Texto extractado de Barón, J. en: El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 318-321).