Los pequeños naturalistas
1893. Óleo sobre lienzo, 48,5 x 62,5 cm. No expuestoSeguramente sea éste uno de los cuadros de argumento infantil donde Jiménez Aranda muestra más claramente su especial sensibilidad en las escenas en las que tiene por protagonistas a niños, casi siempre en entornos de paisajes naturales de campo y arboleda, en las que dejó algunas de las obras más bellas de toda su carrera. En ellas logra transmitir toda la vivacidad despierta de los gestos y actitudes de los pequeños, que el maestro sevillano capta con una visión de la realidad plenamente naturalista, tanto en la espontaneidad de sus acciones como en el entorno en que se desenvuelven. Así, gracias a sus excepcionales dotes técnicas, el artista traduce con la mirada más franca de su agudeza visual las posturas y escorzos de sus pequeños modelos, así como la descripción de sus ropas y gestos, mostrando un profundo conocimiento y una especial capacidad de observación del mundo infantil, con los que ofrece en sus obras una interpretación de la realidad cotidiana limpia y amable que sería una de las claves de su éxito. Con exquisito primor y detenimiento, el maestro sevillano describe el escenario natural en que se desenvuelven los niños, integrando sus figuras en un entorno cuajado de vegetación que Jiménez Aranda describe en todos sus matices, testimoniando la especial maestría alcanzada por este artista como paisajista, en la captación de la naturaleza al aire libre, de la que el Prado posee una de sus obras maestras en el gouache titulado El tronco viejo.
Así, Jiménez Aranda fue especialmente gustoso en recrear tanto sus cuadros cotidianos como sus escenas de casacón en escenarios naturales de boscaje, dejando en todas estas escenas de costumbres, de tono amable y anecdótico, un sentimiento naturalista del paisaje que planteó una nueva forma de entender la naturaleza à plein air, en encuadres y perspectivas compositivas novedosas, ya en pleno fin de siglo, pero manteniéndose siempre fiel al virtuosismo técnico en que había forjado su estilo personal, en unos momentos en que la pintura europea y española caminaba ya hacia nuevas formas de expresión. En efecto, en los años inmediatos seguiría pintando cuadros de una enorme ternura, en los que los niños son protagonistas espontáneos en parajes naturales de huertas o boscajes, como en los titulados La mariposa. Niña entre macetas o El hato.
El presente lienzo, en el que sus protagonistas atienden concentrados a las evoluciones del insecto, ajenos a ser observados por el artista que los pinta o el espectador que los contempla, fue expuesto públicamente en 1894, mereciendo entonces un breve pero significativo comentario de la crítica sobre su interés y valores plásticos: En este cuadro ha estado felicísimo, porque la escena que representa es de una verdad tan palpable y de una frescura tan deliciosa, que encanta y suspende el ánimo más indiferente á las bellezas del arte. Aquellos chicuelos rollizos, cuyo semblante alegre y malicioso expresa tan bien la mas despierta curiosidad infantil, son muy hermosos, y no menos el paisaje que sirve de fondo (Texto extractado de: Díez, J. L.; El siglo XIX en el Prado, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 336-338).