San Juan Bautista en un paisaje
1612 - 1614. Óleo sobre lienzo, 74 x 163 cmSala 010B
El 14 de febrero de 1612 Juan Bautista Maíno firmaba en Toledo el contrato para realizar las pinturas que conformarían el retablo mayor de la Iglesia Conventual de San Pedro Mártir, en la misma ciudad. Maíno se comprometía a realizar el retablo en el plazo de ocho meses, pintando las historias o asuntos requeridos por el prior del convento. Pese al compromiso establecido en el contrato, las pinturas no estuvieron concluidas hasta diciembre de 1614. Entre ambas fechas el artista ingresó en la Orden y en el propio convento, tras profesar el 27 de julio de 1613.
Los temas principales eran las representaciones más importantes de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su resurrección gloriosa, y se conformaban por ello en imágenes básicas del mundo católico, las fiestas mayores del año eclesiástico, conocidas como las Cuatro Pascuas. El resto de las obras que componían el conjunto, realizadas en un formato más reducido, eran también bastante populares, pero constituían sobre todo ejemplos de la quietud y el desapego mundano a los que aspiraba la vida monástica.
Esta obra, junto al San Juan Evangelista (P3128), fueron pintados sobre lienzo y destinados a la zona baja o predela del retablo. Las reducidas dimensiones de estas obras, y sobre todo su formato, condicionaron el tipo de composición elegida. La solución compositiva de Maíno fue llevar las figuras a los márgenes laterales de la composición, dejando que fuera el paisaje el auténtico protagonista. Ese protagonismo es algo sin parangón en la pintura española del momento y comparable con lo que se estaba realizando en Roma por las mismas fechas.
En el lienzo de San Juan Bautista, el santo aparece sentado sobre unas rocas, próximo al recodo de un río bordeado de árboles y matorrales. San Juan, un adolescente cubierto parcialmente por un manto rojo forrado de piel, lleva la cruz de cañas en la mano izquierda, mientras que con la derecha sostiene la filacteria con el texto profético que parece leer. Tanto la anatomía del joven como el manto rojo que lo cubre adquieren un intenso modelado gracias a la iluminación claroscurista. En lo que se refiere al paisaje, Maíno ha construido un entorno que nos devuelve a las convenciones del paisaje umbroso y apacible. Llama la atención la maestría que el artista manifiesta a la hora de pintar la vegetación más cercana al santo, representada con una iluminación muy contrastada y con una matización cromática muy cuidada (Texto extractado de Ruiz, L.: Juan Bautista Maíno: 1581-1649, Museo Nacional del Prado, 2009, p. 132-135).