Concepción Miramón
1889. Óleo sobre lienzo, 101,5 x 61 cm. No expuestoMaría Concepción Feliciano Irene Rafaela Tadea de la Santísima Trinidad Miramón y Lombardo (México, 1860). Hija del general Miguel Miramón y Tarelo (1831-1867), presidente de la República de México, que fue fusilado junto al emperador Maximiliano el 19 de junio de 1867. Tras su muerte, su esposa, Concepción Lombardo, y sus hijos, Miguel y Concepción, se trasladaron a Europa, y residieron desde 1869 en Roma, donde la viuda recibiría el título pontificio de condesa de Miramón. Casó el 15-1-1908 en México con Fernando Duret García-Poblaciones. Palmaroli desarrollaría una fecunda carrera como retratista, en la que supo aprovechar su facultad verdaderamente camaleónica para interpretar a través de distintos lenguajes estilísticos los retratos y a sus modelos según su intención, naturaleza y destino, en una diversidad de registros de los que el Prado atesora destacados ejemplos. Este espléndido retrato pertenece a una etapa de sintetismo expresivo y plenamente pictórico, que preludia ya las conquistas estéticas del fin de siglo. Representa a la joven Concepción Miramón, que posa ante los pinceles de Palmaroli a sus veintiocho años, en pie, con las manos enlazadas en el regazo y la cabeza ligeramente ladeada, en un gesto de paciente elegancia. De rostro delgado y grandes ojos, que dirigen su mirada levemente lánguida al espectador, está retratada hasta las rodillas, con un sencillo vestido blanco, de mangas largas y cuello alto, prendiendo de su brazo un magnífico abrigo de piel.
En efecto, Palmaroli muestra en este lienzo su lenguaje más sincero como retratista, haciendo resaltar los valores puramente plásticos de su factura, con una abreviada técnica pictórica, de toque justo y certero, apreciable en las amplias pinceladas del fondo neutro ante el que destaca limpiamente su figura, los toques de luz que construyen el volumen del vestido y, sobre todo, en la factura sumamente abocetada de las manos, apenas indicadas con toques rápidos y enérgicos del pincel. Junto a ello, Palmaroli conjuga en este lienzo un formato muy característico de su producción retratística, de composición marcadamente vertical, aplicado siempre a sus efigies femeninas, que subraya la esbeltez de las modelos y la elegancia natural de su pose, respondiendo a este arquetipo otros retratos destacados de estos años, como el de María Groizard y Coronado, pintado en 1888, o el de la Marquesa de Pozo Rubio, firmado en 1886 (Texto extractado de Díez, J. L.: El siglo XIX en el Prado. Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 334-336).