El vivac
1640 - 1650. Óleo sobre tabla, 63 x 89 cm. Sala 077De los varios artistas que abordaron temas bélicos durante el siglo XVII, ninguno mostró idéntico interés que David Teniers II en la plasmación de lo que se puede denominar la trastienda de la guerra. Con su acostumbrado rigor táctil describió en sus pinturas infinidad de objetos castrenses colocados en primer plano sin orden aparente, con la casual incorporación de alguna figura, como aquí los personajes que cuelgan las corazas o ayudan a descalzarse a sus compañeros. A la vez, en los segundos planos, en estancias alejadas según uno de sus recursos compositivos más habituales, incluía a los protagonistas de la guerra, los soldados, quienes, jugando, fumando, bebiendo o charlando, aparecen distraídos de la habitual actividad bélica. En estas obras reutilizaba diversos motivos repetidos infatigablemente, caso de la coraza rayada, la armadura sobre la percha y la caja o tambor cuya tersa piel ejerce casi de contrapunto lumínico o espejo que reaviva la luz que baña la composición procedente de la izquierda. La típica luz de bodega propia de sus afamados ambientes de interior es la que consigue dotar a la escena de una tonalidad uniforme, rota únicamente por los toques de color o los múltiples reflejos que ejerce sobre las superficies metálicas. De hecho, son tales armas metálicas las protagonistas visuales de esta obra, constituyendo en sí mismas un magnífico ejemplo de naturaleza muerta. Se evidencia en su representación la habilidad de Teniers, quien, además, podía estudiarlas minuciosamente en la armería de la corte bruselense de la que fue pintor de cámara. Tales elementos no carecen del sentido de vánitas que va siempre ligado a la naturaleza muerta, al aludir indirectamente a la fugacidad de la vida en relación con la batalla, la violencia y la muerte. El arma en sí misma se relaciona con la fuerza y el poder y, por tanto, como los cetros y las coronas, es susceptible de ser interpretada por su valor caduco y efímero. No es insólito que la pintura llegara a España a mediados del siglo XVII dada la actualidad del tema militar y el creciente interés por las escenas de gabinete que popularizara Teniers. Se tiene constancia de su colocación, ya en 1666, en la Galería del Cierzo, una de las salas más representativas del Alcázar de Madrid. Allí permanecía junto a obras tan contundentes como Los borrachos de Velázquez (P1170), ejemplo de idéntico sentido naturalista y mundano de la existencia humana, pero también junto a otras tan sofisticadas estéticamente como Venus, Adonis y Cupido de Annibale Carracci (P2631) o Hipómenes y Atalanta de Guido Reni (P3090), en ese momento las principales novedades de la Colección Real. Juntas constituían un locuaz ejemplo del valor específico que aún se concedía tanto a la creación pictórica como al ejercicio de las armas (Texto extractado de Pérez Preciado, J. J. en: El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte, Museo Nacional del Prado, 2010, p. 128).