Froilán de Berganza
Hacia 1798. Óleo sobre lienzo, 142 x 109 cmNo expuesto
El cuadro, de sorprendente calidad, en el que el artista denota una excepcional energía y una admirable exquisitez de tratamiento, se encuentra en línea con las mejores creaciones del retrato internacional europeo del último tercio del siglo XVIII; de hecho, la vinculación de Maella (1739-1819) a los principios estéticos de Antón Rafael Mengs (1728-1779) y a sus excelentes singularidades técnicas alcanza aquí una notable dimensión, aun cuando la pieza pertenezca indiscutiblemente al estilo del pintor, pudiéndosela considerar como una distinguida creación dentro del conjunto de su dilatada producción. El modelo fue caballero de la orden de Santiago, según se advierte por la cruz que luce sobre la casaca y la venera prendida en la cenefa que bordea la misma; lleva en sus manos un memorial, mientras otro documento parecido queda a su lado sobre la mesa. El rostro parece describir a un hombre de fuerte carácter y sólida presencia; refleja una edad madura y no semeja en absoluto idealizado, aunque no se incide en exceso en los pormenores más comprometedores: arrugas, músculos que aparentan algo descolgados, ojos pequeños, cejas pobladas y considerable papada. Con precisión en el dibujo, cromatismo bien diversificado y hondura psicológica en la expresión, Maella le muestra en pie, ante una mesa de trabajo sobre la que se observan una escribanía con dos plumas y varios libros. El fondo de arquitectura, evocador del ya lejano efectismo pleno de grandilocuencia al modo de Louis-Michel van Loo, los magníficos detalles de la mesa, de gusto Luis XVI -sobriedad de líneas, frente y lateral con guirnaldas-, y el gran cortinaje a la derecha contribuyen a dar ambientación a la efigie, al modo en que a fines de la centuria, en pleno reinado de Carlos IV, se decoraban los interiores con gusto y suntuosidad preludiando el espíritu sereno del naciente Neoclasicismo. Maella avanza aquí en un antecedente de lo que será el retrato burgués decimonónico -que tan brillantemente llevará a cabo su discípulo Vicente López (1772-1850-), y ofrece un equilibrio entre la representación pública del retratado y su personalidad íntima. Destacan los ricos detalles del ropaje -casaca larga con bordados, visibles también en el chaleco, así como corbata y puños de encaje-, las joyas y la espada; además, recorta atinadamente la figura sobre un fondo neutro claro, aislándola de los dos elementos configuradores de la perspectiva, la columna y el cortinaje, atrás mencionados (Texto extractado de Luna, J. J. en: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Museo Nacional del Prado, 2006, p. 170).