Ofrenda a Flora
1627. Óleo sobre lienzo, 216 x 140 cmEn exposición temporal
Este cuadro hacía pareja con el del mismo autor Pomona y Vertumo, firmado y fechado en 1626 (229 x 149 cm; Madrid, Banco de España), en la colección del conde de Solre. Este noble flamenco era capitán de la Guardia Real de Arqueros, a la que también pertenecía el pintor, y era asimismo el propietario de la pareja de bodegones con flores y perros (P6413 y P4158). A la muerte de Solre, acaecida en 1638, estos cuadros fueron inventariados en la Galería Mayor de pinturas de su palacio de Madrid con la lacónica descripción de dos quadros de dos diosas una de flores, y otro de fructas que tienen de cayda tres varas poco mas o menos y de ancho dos Varas menos sesma poco mas o menos [...]. El hecho de que estos cuadros, que se encuentran entre las pinturas de figuras más bellas de Van der Hamen, fueran propiedad de Solre da fe del sofisticado gusto de este importante mecenas del artista.
A pesar de que Van der Hamen realizó estas obras en distintos años, ambas son complementarias en cuanto a su tema alegórico y a su composición, en la que figuras y acción son reflejo una de la otra. Representan a las deidades clásicas de la naturaleza Flora -diosa romana de las flores y de la primavera- y Pomona -diosa de los árboles frutales-, ante unas cornucopias de las que manan, respectivamente, flores y frutas y verduras, dones de la naturaleza relacionados con la primavera y el otoño. Es posible que Van der Hamen apelara al gusto de Solre por la pintura flamenca para la elección de los temas, conocidos también a través de las prestigiosas obras de Rubens y su escuela de la Colección Real española, como las representaciones de la diosa Ceres de Rubens pertenecientes al Museo del Prado (P1664 y P1672) o la de Flora, realizada por miembros de su taller (P1675). Sin embargo, las diosas de Van der Hamen, ataviadas con bonitos trajes de corte, contrastan fuertemente con las diosas flamencas semidesnudas, reflejando la preocupación por el decoro en la representación de figuras femeninas que prevalecía en los círculos artísticos de Madrid.
Además de ser alegorías de los dones de la naturaleza, los cuadros de Van der Hamen se relacionan también por el tema del amor. Según la historia de la antigüedad, Vertumo, el dios de los cambios de estación, se enamoró de Pomona y, disfrazado de jardinero, entró a trabajar para ella. Más tarde, haciéndose pasar por una anciana, le contó una parábola sobre el matrimonio basada en la interdependencia de la viña y del olmo -que están representados al fondo del cuadro de Van der Hamen- y cuando se reveló ante ella en la belleza de su juventud, Pomona se enamoró y consintió en casarse con él compartiendo sus jardines. En el primero de los cuadros de Van der Hamen, Vertumo, bajo la apariencia de un maduro jardinero, ofrece a Pomona un cesto de fruta y la diosa premia su devoción metiendo en él un melocotón sacado de su cornucopia.
Flora era una cortesana noble que únicamente dispensaba sus favores a pretendientes de alta cuna. En la Ofrenda a Flora, Van der Hamen alude probablemente a este hecho con la fuente de mármol del fondo, que representa a un emperador romano desnudo y coronado de laurel. Al contrario que la figura de Pomona del cuadro anterior, que es una creación idealizada de la imaginación del artista, Flora es evidentemente el retrato de una bella modelo, tocada con una guirnalda de flores, adornada con perlas y vestida con un precioso traje de seda. Este toque naturalista confiere a la diosa un irresistible atractivo y el traje de corte pseudomoderno de las figuras de ambos cuadros debía también incrementar la sensación naturalista entre sus contemporáneos. En la Ofrenda a Flora, un paje arrodillado rinde homenaje a la diosa y le ofrece un cesto de rosas, símbolo de amor y de devoción. Como respuesta al emisario, Flora devuelve la mirada al espectador y con la mano derecha se señala el corazón, mientras que con la izquierda parece ofrecer a cambio flores de su cornucopia. De esta manera, es posible que Van der Hamen pretendiera implicar en la obra al propio conde de Solre, bajo la apariencia de uno de los nobles seguidores de la diosa.
Los decorados naturales de los cuadros hacen referencia a la tradición cortesana del jardín del amor. Pomona está sentada en el claro de un bosque, mientras que Flora aparece en el cenador de un moderno jardín dividido por setos recortados artísticamente y por senderos cubiertos. En una zona abierta se puede ver una elegante fuente de mármol de estilo italiano formada por una pileta sostenida por unas arpías aladas, en el centro de la cual hay una estatua clásica sobre un elaborado pedestal. Podría tratarse de una alusión al propio jardín de Solre y a su colección de escultura, aunque lo más plausible es que evoque, en términos generales, los jardines reales o aristocráticos de la época, como los famosos del palacio de Aranjuez, donde se encontraba la Fuente de las Arpías, del siglo XVI.
Van der Hamen era amigo de algunas de las más destacadas figuras literarias de su época, y tanto su Ofrenda a Flora como su Pomona y Vertumo son comparables a los temas de la poesía lírica contemporánea. Sin embargo, la presente obra fue también concebida como vehículo de expresión del talento del artista en el terreno de la historia figurativa, el retrato y la pintura de flores. Los pintores de figuras flamencos solían colaborar con los especialistas de bodegones en la representación de tales temas alegóricos -como hacía Rubens con Jan Brueghel y Frans Snyders, por ejemplo- pero los cuadros de Van der Hamen se deben enteramente a su mano. En la Ofrenda a Flora confirió a la pintura de flores una importancia sin precedentes. Un gran montón de flores cae de la cornucopia de Flora sobre la tierra del primer término, donde crecen otras plantas pequeñas. La profusión de variedades representadas es una alusión a la prodigiosa generosidad de la naturaleza y resulta esencial para el significado de esta bella imagen (Texto extractado de Cherry, P.: Flores españolas del Siglo de Oro. La pintura de flores en la España del siglo XVII, Museo Nacional del Prado, 2002, pp. 109-110).