El pintor Raimundo de Madrazo y Garreta, hijo del artista
1875. Óleo sobre lienzo, 46,5 x 38,5 cmSala 062A
Este espléndido retrato forma parte de la serie que Federico de Madrazo pintara en agosto de 1875 a los hijos del artista que residían en París, formando con ellos un conjunto constituido además por las efigies de Isabel y Cecilia y completado por el retrato de Ricardo realizado al año siguiente. Esta intención de pintar para sí las efigies de sus propios hijos, responde al deseo paternal más íntimo de Federico a sus 60 años, en la soledad de su viudez, queriendo suplir con ellos la soledad del hogar familiar de sus hijos, ya mayores e independientes.
Este es, con mucho, el mejor de todos ellos. Representa a Raimundo de Madrazo y Garreta (1841-1920) a sus 34 años, por quien Federico demostró durante toda su vida una especial predilección. Sus extraordinarias dotes para la pintura, muy por encima de su hermano Ricardo, y la enorme fama que adquirió pronto en los ambientes artísticos de París, donde fijó su residencia, hizo de alguna manera que Federico viera asegurada en él la garantía de continuación del esplendor artístico de la familia. Junto a ello, el hecho de que Raimundo fuera un artista cosmopolita y de reconocido prestigio en los circuitos comerciales tanto europeos como americanos, y los prolongados periodos que permaneció fuera de España sin ver a su padre, provocó en Federico de Madrazo una especial inclinación por el hijo ausente. Federico se esforzó en acercarse con este retrato a la vanguardia de la retratística burguesa parisina del momento, con espléndidos resultados. Lo deshecho de su factura, su gama fría, la captación espontánea del gesto y los toques precisos y directos del pincel con que está resuelto el rostro, logran una presencia física del artista de tal modernidad que haría casi pensar, de no estar firmado, en un autorretrato del propio Raimundo.
Así, Federico refleja con la exquisita maestría de su mejor estilo el semblante altivo y orgulloso de su hijo, ya en la plenitud de su fama y prestigio, subrayada la natural elegancia distante de su carácter al retratarlo desde un punto de vista ligeramente bajo, concentrándose por completo la atención del espectador en el rostro del pintor, de enorme fuerza y atractivo, siendo sin duda pieza destacada de la fecundísima producción de Madrazo. El retrato fue conservado por Federico de Madrazo hasta su muerte, figurando en el inventario de sus bienes con el número 224, pasando después a poder de su hijo.
Artistas pintados: retratos de pintores y escultores del siglo XIX en el Museo del Prado, Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, Dirección Gener, 1997, p.140-141 nº36