Los borrachos, o El triunfo de Baco
1832 - 1836. Aguatinta litográfica, Litografía a lápiz, Raspador sobre papel avitelado, 475 x 620 mm. No expuestoEstampa encuadernada en un álbum sobre obras de Velázquez del coleccionista Pennant (G2277). La litografía, realizada por Alejandro Blanco y Assensio, reproduce el lienzo de Velázquez (P01170) también conocido como El triunfo de Baco por su interpretación como una alegoría sobre el vino. Así Baco, dios del vino, que tiene unas hojas de vid en la cabeza, corona de hiedra a un joven arrodillado. Les acompañan un sátiro que levanta su copa y varios personajes alegres por efecto del vino con rasgos acentuadamente realistas, lo que permite al pintor jugar con el contraste entre los cuerpos desnudos y luminosos de Baco y el sátiro y los ropajes pardos y humildes de sus acompañantes. Con esta obra Velázquez demostró que el lenguaje naturalista podía ser un instrumento adecuado para la representación de escenas mitológicas. La falta de litógrafos españoles especializados hizo que Madrazo reciclase a algunos grabadores que venían trabajando desde comienzos de siglo. El caso más interesante es el de Alejandro Blanco, que cuando se enfrenta a la litografía lo hace sin buscar el lenguaje propio del medio, sino que adapta casi literalmente la teoría de trazos de la talla dulce. Sus litografías resultan una adaptación del modo de grabar de Mellan, concibiendo la litografía como un conjunto de líneas paralelas sobre un fondo de aguatinta litográfica, que definen nítidamente los volúmenes y constituyen una imagen artificiosa, de aparente virtuosismo técnico y de fuertes contrastes y definición visual (Matilla, J. M.: Velázquez en blanco y negro, Museo Nacional del Prado, 2000, pp. 94-102).
Es la estampa CVI con un texto explicativo de José Musso y Valiente. Se incluía en el tomo II de la serie editada por el Real Establecimiento Litográfico, dirigida por José de Madrazo, Coleccion lithografica de cuadros del rey de España el señor don Fernando VII, Madrid, 1826-1832. Otros ejemplares en G04111 y G04112; y encuadernados en G04749 y G04890.
Uno de los grandes objetivos de la España ilustrada durante la segunda mitad del siglo XVIII, fue la reproducción, a través de estampas, de las pinturas de las colecciones reales. Los primeros proyectos estuvieron protagonizados por Francisco de Goya, quien reprodujo algunas pinturas de Velázquez en 1778, o por Juan Barcelón y Nicolás Barsanti, que reprodujeron Los trabajos de Hércules pintados al fresco por Luca Giordano entre 1777 y 1785.
El 16 de noviembre de 1789, Carlos IV autorizó la creación de la Compañía para el grabado de los cuadros de los Reales Palacios con el objetivo de dar a conocer la riqueza de las colecciones reales y equiparase a otros países europeos. Esta empresa privada contó con la protección real y estaba formada por diversos socios procedentes de la nobleza madrileña, como el duque de Osuna y José Nicolás de Azara, quienes contactaron con grabadores franceses e italianos para llevar a cabo esta labor. En estos primeros momentos, la dirección artística estuvo a cargo de Manuel Salvador Carmona y de Francisco Bayeu, para el grabado y el dibujo, respectivamente. Según el Plan de la subscripcion á la coleccion..., las estampas se publicaron por entregas de seis ejemplares, a partir de febrero de 1794. El precio a los suscriptores fue de 288 reales cada entrega, y a los no suscriptores, de 360 reales. Además, de cada lámina se tiraron "100 estampas sin letra", cuyo precio fue el doble del de las otras (Continuación del Memorial Literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid. Tomo I, [agosto], Imprenta Real, 1793, pp. 257-63).
Las escasas ventas y el aumento de los gastos hizo que la situación económica de la Compañía fuese empeorando, siendo necesario un incremento de la ayuda privada. La mala calidad de los dibujos y la temática religiosa que predominaba en la colección, tal y como argumentó Azara, así como las carencias en el aspecto formal -la ausencia de orden, clasificación, o los tamaños dispares-, dificultaron que las estampas pudieran encuadernarse o que fueran empleadas en la decoración de gabinetes, lo cual llevó a la ruina a este proyecto, que duró escasos diez años. En 1800 se le propuso al rey que la Real Calcografía sufragara los gastos, y en 1812 se depositaron en la Imprenta Real las láminas y enseres varios. Finalmente, en 1818, las láminas ingresaron en dicha institución (Vega, J., Museo del Prado. Catálogo de estampas, Museo del Prado, 1992, pp. 222-223).
De un total de 95 dibujos preparatorios encargados para la colección se grabaron 74 láminas de cobre. De estas, 50 ingresaron en Calcografía: las 24 que ya había publicado la Compañía, y 26 más. Las 24 restantes, que habían sido grabadas, no fueron entregadas por los grabadores a la Compañía (Carrete, J., El grabado calcográfico en la España Ilustrada, 1978, pp. 28-31).