Heráclito, el filósofo que llora
1636 - 1638. Óleo sobre lienzo, 183 x 64,5 cm. Sala 079Esta pintura y la obra P1682 comparten tema, formato y procedencia, y su contenido es complementario, por lo que pueden ser consideradas pareja. Se citan por vez primera en el inventario de la Torre de la Parada que se levantó tras la muerte, en 1700, de Carlos II, donde aparecen como Dos pinturas iguales [...] la una de Demócrito y la otra de Heráclito, de mano de Rubens. Las expresiones de los personajes garantizan su identificación, pues son prototípicas de ambos. Al filósofo Demócrito se le suele representar riendo, y con mucha frecuencia tiene junto a sí un globo terráqueo, al que acostumbra a señalar, como en este caso. Una fórmula similar utilizó Ribera en la obra P1121. Frecuentemente está acompañado por Heráclito, al que se distingue por sus lágrimas. No era la primera vez que Rubens abordó la representación de estos dos filósofos; pues durante su primera visita a España, en 1603, pintó una obra en la que aparecen flanqueando un gran globo terráqueo (Valladolid, Museo Nacional de Escultura). Son personajes complementarios en la medida en que, a través de la risa y el llanto, ejemplifican dos actitudes contrapuestas ante las cosas, y forman dos caras de una misma moneda. A ambos les une una actitud desengañada frente al mundo, y les separa su reacción ante la misma. El pintor ha subrayado las similitudes y los contrastes. La escala de ambos es parecida, al igual que una indumentaria que evoca los tiempos antiguos, y la manera como están encajados en la superficie pictórica. Pero, a partir de allí, ha procurado diferenciarlos no sólo mediante sus expresiones faciales, sino también a través de su anatomía, su lenguaje corporal y sus vestiduras. Las de Demócrito son brillantes y expansivas, con predominio del rojo, como corresponde a su carácter; mientras que, tanto en este cuadro como en el de 1603, Heráclito viste de oscuro y oculta parte de su cabeza con una capucha fúnebre. Además está muy encogido, como se aprecia por la manera como coloca sus pies, mientras que la actitud de su compañero es mucho más relajada. Igualmente, frente a los rasgos francos y expansivos de la cabeza de Demócrito, los de Heráclito parecen tímidos y recogidos. En esta operación, Rubens se revela una vez más como maestro de la expresión, en cuya descripción no sólo intervienen los rasgos del rostro, sino que participan también muchos otros elementos del cuerpo y de la composición en general. Ambas obras formaban parte del ciclo de más de sesenta pinturas, realizadas aproximadamente entre 1636 y 1638 bajo la dirección de Rubens, con objeto de decorar la Torre de la Parada, en los montes del Pardo. Son las únicas que no reproducen episodios mitológicos, y que representan personajes históricos, lo que subraya su singularidad dentro del conjunto y propician su puesta en relación con Esopo y Menipo de Velázquez. Aunque no ha sido posible encontrar en el encargo a Rubens un programa iconográfico que ponga en relación unas pinturas con otras (más allá de su común dependencia con la fábula antigua), quizá estas figuras aparentemente marginales dentro del mismo podrían ayudar a buscarlo (Texto extractado de Portús, J. en: Fábulas de Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 326-327).