Paisaje con San Benito de Nursia
1634 - 1639. Óleo sobre lienzo, 158 x 232 cmNo expuesto
La escena combina dos episodios de la vida de San Benito de Nursia durante su retiro de tres años en la región agreste y rocosa de Subiaco (Roma:) cuando se lanzó desnudo sobre las zarzas que había a la entrada de su cueva para vencer una fuerte tentación carnal puesta por el demonio; y cuando el demonio rompió la campanilla con la que a diario, al atardecer, Romano, el único que conocía el lugar de retiro del santo, anunciaba su presencia para hacerle llegar un cestillo con pan que descolgaba con una cuerda desde lo alto del elevado peñasco, a cuyos pies se situaba la cueva. La cruz clavada en el suelo, delante del santo, hace referencia a la gran devoción que San Benito tenía a la Santa Cruz, con la que hizo numerosos milagros. La composición está estructurada en planos de luces y sombras paralelos hacia el fondo. Entre una sombría y densa masa de árboles, que ocupa la mitad izquierda de la composición, y la pared rocosa intensamente iluminada de la derecha, se abre el espacio hacia la montaña que cierra el horizonte, bañado en luz de atardecer. El tratamiento pictórico de las hojas de los árboles y de la zarza es característico de Van Swanevelt. El tronco partido, un artificio que prácticamente se repite en todos los paisajes de este pintor, es utilizado aquí para indicar el precipicio que, de acuerdo con la leyenda rodeaba la cueva. A pesar de que ya en el siglo XVII Von Sandrart alabó la capacidad de Van Swanevelt como pintor de figuras, tradicionalmente se ha venido aceptando la intervención de otros pintores en la ejecución de las mismas, puesto que en principio, no responden a la tipología característica del pintor. La imagen radiográfica permite constatar que el espacio para las figuras está reservado desde el principio.
La formidable campaña de adquisiciones de obras de arte organizada por el conde-duque de Olivares en los años cuarenta del siglo XVII para decorar los amplios espacios del palacio del Buen Retiro de Madrid incluía un número muy notable de paisajes. No podemos precisar cuántos de ellos, poco menos de doscientos, fueron comprados en Flandes o en España, ni cuáles procedían de colecciones particulares o de otros Reales Sitios, pero podemos establecer con certeza, gracias a las obras que se conservan en el Museo del Prado y a los documentos localizados hasta la fecha, que el palacio del Buen Retiro se enriqueció con numerosos paisajes pintados para la ocasión por artistas activos en Roma.
Se encargó como mínimo, una serie de veinticuatro paisajes con anacoretas y una decena de paisajes italianizantes, obras de gran formato realizadas por diferentes artistas. Sólo una parte de estas pinturas han llegado hasta nosotros y en la actualidad se conservan principalmente en el Museo del Prado.
Encargadas entre 1633 y 1641 en Roma, estas pinturas de paisaje componían, una vez expuestas en el Buen Retiro, una temprana antología de ese nuevo pintar del natural que, en años venideros, exportaría a gran parte de Europa una nueva sensibilidad hacia los efectos lumínicos y la atmósfera de la campiña romana, lo que representaba uno de los muchos aspectos de la clasicidad (Texto extractado de Posada Kubissa, T.: Pintura holandesa en el Museo Nacional del Prado. Catálogo razonado, 2009, pp. 204-207; Capitelli, G. en Úbeda de los Cobos, A.: El Palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo Nacional del Prado, 2005, p. 241).