Pedro Romero matando á toro parado
1814 - 1816. Aguafuerte, Aguatinta, Buril, Punta seca sobre papel verjurado, blanco, 299 x 409 mm. No expuestoLa estampa, Tauromaquia, 30, Pedro Romero matando á toro parado, pertenece a la serie grabada por Goya, dominada siempre por el patetismo trágico, entre la primavera de 1814 y el otoño de 1816, siendo telón de fondo el final de la Guerra de la Independencia y la restauración en el trono de Fernando VII en 1814. El tema de los toros, por su aparente inmediatez y por la remisión a una realidad objetivable, enraizada popularmente y no exenta de connotaciones costumbristas, podría llevar a considerar la Tauromaquia de Goya como un conjunto de estampas carentes de la profundidad conceptual del resto de su producción gráfica: Caprichos, Desastres de la guerra y Disparates. El artista, creó unas imágenes desconcertantes mediante un lenguaje de violenta intensidad entre dos seres cuyo único destino posible era la muerte. Asimismo, evocó unas formas anticuadas de practicar el toreo, hacia las que el público no sentía el menor interés, y formalmente no se correspondían con el amaneramiento de otros grabadores contemporáneos, como Antonio Carnicero. La anulación de la distancia, la eliminación de elementos anecdóticos y la valoración dramática de la luz y del vacío, constituyen los pilares de la construcción visual de Goya. Apenas está sugerida la plaza por un fragmento de barrera, y una amalgama de líneas permite intuir la presencia de un público que carece de rasgos individuales. La posible participación de Ceán Bermúdez, en la estructura, orden y redacción de los títulos de la serie pudo influir tanto en la inclusión de la sección histórica como en la individualización de los personajes. Ciertamente, los títulos propuestos por el erudito escritor son muy parecidos, con ligeras variantes, a los atribuidos a Goya, construcciones literarias simples y de carácter más genérico, sin descender en muchos casos a la identificación del lidiador con ninguna figura concreta del toreo. Una lectura lineal, conforme a la progresión temática que ahora poseen las estampas, conduciría a dividir la serie en tres partes: la historia de la tauromaquia en España desde la Antigüedad, la época de dominio musulmán, la Edad Media cristiana y el Renacimiento; las figuras de las dos escuelas principales del toreo durante el siglo XVIII; y por último, los lances de la lidia culminados en desenlaces trágicos.
Por primera vez en la serie, Goya atribuye la acción a un torero concreto, y propone un título con el que Ceán estará conforme y será utilizado en la primera edición de 1816: Pedro Romero matando à toro parado. Pedro Romero (1754-1839) formó junto a Costillares y Pepe-Hillo la terna de toreros más famosa del último cuarto del siglo XVIII. Frente a los anteriores, Romero encarnará la seriedad de la escuela rondeña, alejada de las arriesgadas florituras de los sevillanos, y a años luz de las fantasías y divertimentos de las cuadrillas navarras. Los historiadores de la tauromaquia lo consideran el prototipo del torero clásico, favorito de los entendidos de su tiempo. Moratín reseñó las cualidades del diestro en su Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (Madrid: Imprenta de Pantaleón Aznar, 1777), y especialmente la suerte de matar que le hiciera famoso: Juan Romero hoy está en Madrid con su hijo Pedro Romero, el cual, con Joaquín Rodríguez, ha puesto en tal perfección este arte, que la imaginación no percibe que sea ya capaz de adelantamiento. Algunos años ha, con tal que un hombre matase a un toro, no se reparaba en que fuese de cuatro a seis estocadas, ni en que éstas fuesen altas o bajas, ni en que le despaldillase o le degollase, etc, pues aun a los marrajos o cimarrones los encojaban con la media luna, cuya memoria ni aun existe. Pero hoy ha llegado a tanto la delicadeza, que parece que se va a hacer una sangría a una dama y no a matar de una estocada una fiera tan espantosa. Y aunque algunos reclaman contra esta función llamándola barbaridad, lo cierto es que los facultativos diestros la tienen por ganancia y diversión; y nuestra difunta reina Amalia al verla sentenció: que no era una barbaridad, como la habían informado, sino diversión donde brilla el valor y la destreza. Goya pudo ver a Pedro Romero torear en sus numerosas actuaciones en el coso madrileño entre 1775 y 1799, año de su retirada. Particularmente activo en la década de los noventa, el pintor le retrató hacia 1795 en un formidable lienzo, muy a la inglesa, hoy conservado en el Kimbell Art Museum (Fort Worth, Texas), en el que se presenta como un maduro triunfador bravo, tranquilo, autocontrolado y muy guapo, en palabras de Leandro Fernández de Moratín. La comparación del lienzo con la estampa pone de manifiesto la clara intención del pintor de hacer un pequeño retrato de Romero de apenas centímetro y medio, en el que, a pesar de su tamaño, están trazados con extraordinaria precisión los rasgos esenciales de su rostro. La precisión de Goya se manifiesta asimismo en el modo de representar la suerte de matar a volapié, aunque algunos historiadores (Bagüés, 1926) censuraron la forma grotesca e irreal en que el torero sostiene la espada para entrar a matar. Sin embargo, cuida mucho la representación de una suerte cuya invención se atribuye a Costillares, en la que el torero, echando la muleta debajo de la cara del toro, vacía la embestida con un pase de pecho con la mano izquierda, a la vez que la derecha clava la espada en el morrillo del animal. El artista presenta al torero vencedor, tomando la iniciativa sobre el astado, al que muestra sometido tras el castigo recibido con anterioridad, sutilmente aludido por las puntas de las banderillas que cuelgan tras su papada. Goya acentúa la tensión dramática de la escena mediante una serie de recursos compositivos muy efectistas. Sitúa al toro y al torero solos en el ruedo, en el límite del sol y la sombra marcado en el albero, recortando sus figuras contra el fondo limpio e iluminado. El enfrentamiento entre ambos queda expresivamente reflejado por la contraposición de la punta de la espada y las astas, como ya hiciera en una estampa anterior en la que se enfrentaban toro y picador (G02437). Y finalmente vuelve a crear inestabilidad desplazando a las figuras del centro del espacio compositivo hacia el plano de visión, alejándolas de un burladero vacío de espectadores en el tendido de sol, mientras que en el de sombra, algunos testigos, de nuevo embozados, asisten al lance. (Texto extractado de: https://www.museodelprado.es/goya-en-el-prado/obras/ficha/goya/pedro-romero-matando-a-toro-parado/?tx_gbgonline_pi1[gocollectionids]=28&tx_gbgonline_pi1[gosort]=d