Echan perros al toro
1814 - 1816. Aguafuerte, Aguatinta, Bruñidor, Punta seca sobre papel verjurado, blanco, 300 x 408 mmNo expuesto
La estampa, Tauromaquia, 25, Echan perros al toro, pertenece a la serie grabada por Goya, dominada siempre por el patetismo trágico, entre la primavera de 1814 y el otoño de 1816, siendo telón de fondo el final de la Guerra de la Independencia y la restauración en el trono de Fernando VII en 1814. El tema de los toros, por su aparente inmediatez y por la remisión a una realidad objetivable, enraizada popularmente y no exenta de connotaciones costumbristas, podría llevar a considerar la Tauromaquia de Goya como un conjunto de estampas carentes de la profundidad conceptual del resto de su producción gráfica: Caprichos, Desastres de la guerra y Disparates. El artista, creó unas imágenes desconcertantes mediante un lenguaje de violenta intensidad entre dos seres cuyo único destino posible era la muerte. Asimismo, evocó unas formas anticuadas de practicar el toreo, hacia las que el público no sentía el menor interés, y formalmente no se correspondían con el amaneramiento de otros grabadores contemporáneos, como Antonio Carnicero. La anulación de la distancia, la eliminación de elementos anecdóticos y la valoración dramática de la luz y del vacío, constituyen los pilares de la construcción visual de Goya. Apenas está sugerida la plaza por un fragmento de barrera, y una amalgama de líneas permite intuir la presencia de un público que carece de rasgos individuales. La posible participación de Ceán Bermúdez, en la estructura, orden y redacción de los títulos de la serie pudo influir tanto en la inclusión de la sección histórica como en la individualización de los personajes. Ciertamente, los títulos propuestos por el erudito escritor son muy parecidos, con ligeras variantes, a los atribuidos a Goya, construcciones literarias simples y de carácter más genérico, sin descender en muchos casos a la identificación del lidiador con ninguna figura concreta del toreo. Una lectura lineal, conforme a la progresión temática que ahora poseen las estampas, conduciría a dividir la serie en tres partes: la historia de la tauromaquia en España desde la Antigüedad, la época de dominio musulmán, la Edad Media cristiana y el Renacimiento; las figuras de las dos escuelas principales del toreo durante el siglo XVIII; y por último, los lances de la lidia culminados en desenlaces trágicos.
Los títulos propuestos por Goya y Ceán, generalmente descriptivos, resultan en este caso de una sobriedad excesiva: Suerte de Perros y Perros, respectivamente anotados en los álbumes conservados en Boston y Londres. La práctica de echar perros al toro se remonta a tiempos remotos, y constituía una de las modalidades de caza y pastoreo de reses bovinas mejor documentadas del norte de la Península Ibérica. Con el tiempo dicha actividad se transformó en un festejo de carácter popular, una costumbre habitual en las fiestas de toros cuando los astados carecían de la bravura suficiente. Vargas Ponce se refirió a esa práctica con su habitual tono crítico: El modo de lidiar los toros echándoles perros, inicua paga que, apurados todos los recursos para obligarlos a hacer mal, les daban hombres más encarnizados que los toros mismos; esta suerte, horroroso ejemplo de la antipatía de ciertas castas de brutos, por conocida bastará con solo mencionarla. Pepe-Hillo escribió que cuando el toro no entra a varas (…) ó se le echan perros ó vanderillas de fuego por orden del Magistrado. José de la Tixera, en Las Fiestas de Toros (1802), también menciona el hábito de echar perros al toro, recurso que le merece su aprobación porque se evita el riesgo de las inapreciables vidas de los actores, sino es que al propio tiempo se divierte al público, al disfrutar de unas luchas que son de la mayor complacencia y de tiempo inmemorable se han mirado como anejas e inseparables de las funciones de toros.
Piot, primer crítico de la Tauromaquia de Goya, describió en 1842 para el público francés los sucesos del lance: En las corridas de toros, el espectáculo no es solamente en el ruedo, también está en los tendidos, que se apasionan indistintamente por el hombre o por el animal, según su valor, al que gritan: Bravo, toro. A los toros que sin valor rehuyen el combate, lo cual ocurre alguna vez, el pueblo grita: Perros, perros, y el alcalde da orden de arrojar cinco o seis vigorosos mastines a los que el toro lanza a su alrededor, pero que acaban por engancharse a sus orejas y lo inmovilizan. Entonces viene el cachetero, el puntillero, que hunde su puñal entre los dos cuernos del toro que cae muerto. Es indudable que Goya fue testigo de esa modalidad de divertimento popular por cuanto dedicó varias obras a su representación: la estampa presente y la C (G01174), la litografía Toro acosado por perros datada entre 1819 y 1822, y el óleo sobre hojalata titulado El gayumbo, de 1794. En todas las composiciones citadas, el artista presenta con gran realismo la raza canina común en el acoso al toro, los alanos, unos perros de presa muy similares a los villanos de las Encartaciones, que mordían al ganado agarrándole de las orejas o el cuello y conseguían por agotamiento que la res cayera al suelo. Del mismo modo como había puesto especial empeño en grabar con verosimilitud las características de los toros, analiza los rasgos característicos de los alanos: gran tamaño, pelaje atigrado, poderosa musculatura, braquicefalia, orejas cortadas y fuerte mandíbula. Un cartel de 16 de junio de 1794 anunciaba la sustitución de aquella costumbre por las banderillas de fuego como medio para provocar la bravura del toro (Lafuente Ferrari, 1979), suerte a la que Goya dedicará también la estampa Tauromaquia, 31 (G02441). La escena subraya la crueldad de tal práctica, pues no sólo sufre el toro las consecuencias del acecho de los perros, también éstos reciben las cornadas y alguno resulta malherido, con las tripas fuera, como los representados en los extremos de la composición. Frente al sufrimiento animal, el artista enfatiza la inhibición del hombre en la acción, al presentar de espaldas al alguacil que a caballo se aleja del lugar del combate. El dramatismo de la estampa contrasta vivamente con la forma pintoresca como otros artistas habían abordado el tema. Antonio Carnicero, por ejemplo, en su Colección de las principales suertes de una corrida de toros (1787-1791) muestra a los perros sin infligir daño alguno al toro mientras los toreros asisten indolentes a la acción de los animales. (Texto extractado de: https://www.museodelprado.es/goya-en-el-prado/obras/ficha/goya/echan-perros-al-toro-1/?tx_gbgonline_pi1[gocollectionids]=28&tx_gbgonline_pi1[gosort]=d