La conquista de Méjico
1760. Mármol blanco, 87 x 128 cm.Este relieve, sin concluir, es uno de los treinta y seis relieves (cuatro de ellos sin acabar) destinados a la decoración de los pasillos del Palacio Real, proyectada por Fernando VI e iniciada en 1753. Fue interrumpido el proyecto por Carlos III en 1761, por considerar los relieves excesivamente aparatosos. Al museo llegaron, en el siglo XIX, treinta y una de estas obras, nueve de ellas con escenas bélicas, siete con alegorías, siete con escenas religiosas y seis con consejos, además de dos representaciones de concilios, de las que una pudo ser diseñada para completar el conjunto de las asambleas políticas.
La conquista de Méjico había repercutido hondamente en la vida nacional española, además, Méjico proporcionaba las dos terceras partes de las rentas extraídas de Indias en el siglo XVIII, todo lo cual justifica suficientemente la decisión en la elección para representarlo en el muro Este del Palacio dentro de los "temas militares". Un compacto grupo de vencedores y vencidos en altorrelieve se resalta en el centro de la escena. A la derecha nos dibuja, en un plano más alejado, otra imagen de lucha, en la que destaca un personaje a caballo que concentra la mirada hacia esta zona del combate y es testimonio de las primeras visiones del caballo entre los indígenas. Al fondo, Olivieri representa una ciudad con varias torres que sobresalen del grupo de apiñadas viviendas y unos muros almenados que desorienta, en parte, su identificación con la antigua ciudad de Méjico.
La elaboración de esta serie de relieves con destino a la galería se prolongó a lo largo de varios años. Esta prolongación de años en la conclusión de la serie dio lugar a que falleciese Fernando VI, monarca bajo el cual se había aprobado esta ornamentación. A su muerte le sustituye Carlos III, cuyos gustos estéticos determinaron la eliminación de todos ellos, los ya trabajados y los que estaban por concluirse.
En 1761 se dio la orden a Olivieri y a Felipe de Castro de que concluyeran los trabajos que permanecían sin terminar. Hay constancia documental de que Olivieri enfermó en 1761 y marchó a Valencia, por lo que es casi seguro que no pudo cumplir las órdenes recibidas de Carlos III que le obligaban a terminar trabajos no sólo personales, sino de subordinados suyos. Esta obra se entregó a Felipe de Castro para su conclusión, aunque no lo hizo, posiblemente porque el escultor gallego quiso ser respetuoso con la obra de su compañero en la dirección del Taller Real de Escultura (Texto extractado de Tárraga Baldó, M. L.: Giovan Domenico Olivieri y el Taller de Escultura del Palacio Real. III. Su obra. Madrid, 1992, pp. 369-373).